Instagram se ha convertido en un hervidero de inmediatez que refleja la realidad. Es, cada vez más, un nuevo Twitter
El nuevo ‘efecto Streisand’. Barbra Streisand se estrenó en Instagram
el pasado miércoles, con una primera foto diseñada para encajar el
revuelo que de forma ritualística se arma cada vez que un famoso se
estrena en una red social: se veía a la protagonista de Yentl
fulgurante, arrebatadora, majestuosa como un águila imperial que ha
vuelto de la peluquería con unas capas de maquillaje, sentada en un
jardín, quizá porque está científicamente probado que posar en
exteriores nos hace más atractivos a ojos de nuestros seguidores, y con
su perrita Samantha, una coqueta Coton de Tuléar, sentada en el regazo. “Hola Instagram... ¿Verdad que mi Samantha es sencillamente preciosa?”, se presentaba la diva, rematando su llegada a Instagram con la fórmula que ha movido montañas de selfies:
vender una foto maravillosa de uno mismo mientras se insiste en que lo
importante de la imagen es un detallito que se ve al fondo. Era, en
definitiva, un estreno intachable para una artista que siempre ha tenido
un control absoluto sobre las leyes de la imagen. Le salió redondo,
perfecto. Y por tanto, irremediablemente anticuado.
La eternidad dura 15 minutos. En Instagram ya no se
cuelgan retratos para la posteridad, sino que se resumen mensajes para
ahora. Se avanzan trailers y se anuncian rodajes. Schwarzenegger anunció allí la nueva Terminator el miércoles. Justin Bieber subió allí una foto de Orlando Bloom llorando después de que éste le propinara un puñetazo en Ibiza.
La red social se ha convertido en un hervidero de inmediatez. Es, cada
vez más, un nuevo Twitter. Streisand y su perrita aparecen brillantes en
la foto con la que estrenan cuenta. Tanto que solo recuerdan que
estamos en una nueva época.
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